Un día, aquella bruja desgreñada, de piel arrugada y
verrugosa, tan encorvada que su frente casi rozaba sus huesudas rodillas, se
miró en “el espejo del Alma que todo lo ve”, y no se reconoció.
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¿Quién eres? – Gritaba con una voz
estridente y aguda, si bien sus oídos parecían escuchar música celestial. En la
cavidad del ojo que algún día estuvo allí, veía unos bellos y azules ojos de
mirada profunda.
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Soy tu belleza interior. – Contestó
una voz que parecía venir de otro mundo.
La vieja bruja, sorprendida, veía cómo una joven y
bella doncella, parecía flotar sobre las olas de un mar azul, sonriente, feliz.
Su ondulado cabello era mecido por la suave brisa marina. Parecía una princesa
de cuento de hadas, de las que ya no existen.