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lunes, 15 de junio de 2015

ANSIEDAD


                De este modo avanza, con una celeridad vertiginosa, el monótono transcurrir de los días tachados en el almanaque. La rutina diaria se debería prestar a convertirse en la rienda que mitigara su marcha, mas el tiempo camina, impertérrito.

             El gélido viento que corta mi ajado rostro en las mañanas de invierno. La flama abrasadora de la canícula que me ahoga en cada bocanada. Parto, jornada a jornada, para exprimirle a esos terrones de barro que se desmoronan bajo mis pisadas como azucarillos en el café, cada gota de sudor de mi plisada frente. La cosecha florece una campaña tras otra. La observo abrirse camino de manera lenta, casi imperceptible, de la misma forma en que mis hijos, en un suspiro y sin apenas ser consciente de ello, se me han hecho mayores. Mis tierras, al igual que mi hogar, se  convertirán, de manera inexorable, en un despejado barbecho del que brotarán nuevas semillas.


            Un nuevo ciclo se encamina, acarreando consigo una etapa de renacidas esperanzas y plagada de incertidumbres. Con la única certeza de que al regresar un nuevo amanecer, todos continuarán allí, labrando sus propios caminos. Sometido al sempiterno recelo, que en todo momento me acompañará, de cuestionarme si les habré mostrado de manera correcta el modo de hacerlo. Eternamente, con la bandera de la felicidad izada a media asta.