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domingo, 10 de noviembre de 2013

El último viaje.

Esperaba ansioso en el largo y frío pasillo del hospital. Fumaba un cigarrillo tras otro. Sentía arcadas, entre el fuerte olor a lejía del recién fregado suelo mezclado con el humo del tabaco y las entrañas sobrecogidas esperando que alguien se dignara a informarle de lo que ocurría tras aquellas puertas. Deambulaba con la mirada perdida en el infinito. Deberían estar de celebración aquella noche. Su mano estrujaba con fuerza el crucifijo que ella llevaba colgado al cuello. Parecía una princesa con ese bonito vestido blanco de comunión. Se la veía radiante. Las ondulaciones de su negro cabello hacían resaltar, como en un marco, sus brillantes ojillos marrones, su perfilada nariz y su eterna sonrisa. Un ángel.


Viajaban los dos de vuelta a casa. Iba dormida sentada en el asiento trasero. Una curva provocó que su cuerpo se volcara contra una de las puertas. Intentó enderezarse, se agarró a una manilla que encontró a tientas en la oscuridad de la noche e intentó incorporarse. La puerta se abrió de pronto y salió  disparada hacia el exterior. Detuvo el vehículo de un brusco frenazo, se apeó y corrió hacia ella. Parecía dormida. Pasó las manos por su cara y un líquido viscoso y caliente las impregnó. Un grito ahogado salió de su interior. Era todo lo que le quedaba. Una mala enfermedad se había llevado a su amada esposa unos meses atrás. No había logrado sobreponerse aún, y ahora…


La puerta se abrió, una figura vestida de blanco apareció tras ella. Se retiró los guantes manchados de sangre y la mascarilla que tapaba su boca. Un leve movimiento de cabeza confirmó sus peores augurios. Sintió que su cuerpo le abandonaba y cayó inerte al suelo sin conocimiento.

Vio a su esposa recibiendo con los brazos abiertos a su hija. La niña corría hacia su madre. Se giró antes de llegar y ella y le dijo: “Adiós papá. Voy con mamá. Qué manera más tonta de volver con ella. Te quiero”

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