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martes, 18 de septiembre de 2012

EL SECRETO (6)


La hora de su cita se aproximaba y su inquietud aumentaba por momentos. Se había puesto una camisa de seda blanca y una corbata gris, unos pantalones vaqueros negros y una americana a juego. Algo en su interior le decía que un peligro se cernía sobre él, pero rápidamente se quitaba esa absurda idea de la cabeza. ¿Quién podía ser DR? ¿Algún bromista? No conocía a nadie con esas iniciales. ¿Qué le podía hacer Ana? Era una chica adorable y parecía bastante sincera cuando había hablado con ella. Le había ayudado mucho en sus investigaciones sobre el código que andaba buscando. <<El código>> —  Pensó.


                  
Bajó en el ascensor hasta el garaje donde tenía guardado su coche. Se montó en su Opel Insignia negro recién estrenado con la cabeza puesta en otra parte y la mirada perdida, una idea le había venido a la mente tan simple y tan absurda que le parecía imposible que fuera realidad. —  Las ocho, me da tiempo. —  Dijo  mirando el reloj de su coche.
Arrancó y salió del garaje con una única idea en la cabeza, las torres de Jerez de los Caballeros. Aquellas marcas en la piedra…
Vivía cerca de allí, a quince kilómetros, las había visto infinidad de veces, sabía que algo debían de significar, pero ahora lo tenía claro, eran siglas. Aquel correo y aquellas siglas DR le habían despejado todas las dudas.
Llegó a Jerez en unos pocos minutos. Aparcó su flamante coche al lado de una de las torres y levantó la mirada hacia aquellas muescas en la piedra que tantas veces había contemplado. Allí estaba el secreto, delante de él. Su mirada se iluminó. Una gran carcajada salió de su alma. Tanto tiempo había pasado mirando aquellas marcas, aquellas torres, sin encontrar ningún significado, que ahora se sentía más cerca de un idiota que de haber hecho el mayor descubrimiento histórico en muchísimos años.  
Ya lo tienes. – Dijo una voz a sus espaldas. Carlos se giró y vio a un hombre de edad parecida a la suya, sobre cuarenta años,  era rubio, ojos azules, alto y de una gran envergadura, le sonaba su cara, recordaba haberse cruzado con él varias veces en sus visitas a las torres. El otro que le acompañaba era algo más joven, sobre treinta años, éste era moreno, de tez oscura, con barba de varios días. Ojos negros de mirada profunda. Le asustaba.
  ¿Quiénes sois? – preguntó Carlos con la voz entrecortada.
 Mi nombre es Samuel y éste es DR, ¿Te suena? Daniel Rubio. Sabemos lo que buscas, y al parecer lo has encontrado. Has descubierto el Secreto. Somos guardianes, también habrás oído hablar de nosotros, de nuestra existencia. ¿Podremos confiar en ti? – Su tono era amenazante. — Te estamos vigilando hace mucho tiempo, y no pensábamos que este momento llegaría. Muchos antes que tu han intentado descubrir el Secreto, todos se perdían en formulas matemáticas complejas y no veían lo que estaba delante de sus narices. Ahora lo mejor que puedes hacer es olvidar todo esto, y no volver a hablar con nadie de este tema. Debes prometérnoslo. Sabemos lo de tu cita de hoy. Ana Iseo es más peligrosa de lo que piensas. No debes ir con ella.
   Os prometo que jamás hablaré con nadie de este tema. Sé   lo peligroso que puede llegar a ser. Lo he estudiado a fondo. Destruiré todo lo que tengo guardado y empezaré con otros proyectos. Confío en Ana, tengo que ir a verla, creo que me he enamorado de ella, y necesito comprobar si ella siente lo mismo por mí. Si no es así, nunca volveré a hablar con ella, os lo prometo.
Si hay algún problema, te las verás conmigo. —  Le dijo Daniel señalándole con el dedo y mirándole a los ojos. Inhaló una profunda calada a su cigarrillo, y echándole la bocanada de humo a la cara, se giró y dejó a Carlos tosiendo y con temblores en las piernas. —  Te estaremos vigilando de cerca, pringado. —  Le volvió a desafiar mirándole de reojo.
Los guardianes desparecieron tan silenciosamente como habían llegado, dejando a Carlos abstraído en sus pensamientos. Echó un último vistazo a aquellas marcas en la piedra  que tantos desvelos le habían causado y se dirigió a su automóvil aturdido aún  por lo que le acababa de suceder.
Miró de nuevo el reloj de su “insignia”, las nueve menos cuarto. <<No llego>> —  Pensó. Cogió el móvil y abrió el WhatsApp.
Carlos: “Hola Ana, llegaré algo más tarde, me he entretenido un poco. Ahora nos vemos, perdona”.
Ana: “Hola Carlos, tranquilo, no pasa nada. Te espero en la cafetería del hotel Las Eras, ¿Lo conoces?  Junto a  la estación de servicio”.
Carlos:”Sé donde está, en media hora estoy ahí”.
Guardo el móvil en el bolsillo de la americana, se colocó el cinturón de seguridad y salió a la carretera en dirección a Zafra. Intentó poner sus ideas en orden. Acababa de descubrir algo de lo que nunca podría hablar con nadie, y menos con Ana, con todo lo que le había ayudado. Iba a conocer a la mujer de la que se había enamorado sin haberla visto nunca. No sabía si ella sentiría lo mismo por él. Y además, los guardianes le habían advertido de que ella podría ser peligrosa. Se encontraba desconcertado y lleno de incertidumbre.
Atravesó Zafra por la carretera de circunvalación, pasó un par de rotondas y vio las luces de la estación de servicio. Al lado el lujoso hotel. Recordó que no llevaba ningún obsequio para su amada y decidió entrar en la estación para ver si encontraba algo interesante.
  Buenas noches, señorita…Mamen, veo que se llama Mamen.
 Hola, buenas noches caballero. Señora, soy señora. – Dijo la vendedora con una gran sonrisa. – Bonito coche tiene usted, mi marido lleva bastante tiempo intentando comprar un “Insignia”, y de ese color. ¿Quería usted algo?
 Eh, si. ¿Qué me recomendaría para un regalo? Es para mí… novia. Veo que aquí tienen una gran variedad de cosas.
 ¿Cena romántica? Mi esposo me conquista con lambrusco. Es… sensual. Seguro que le gustará.
    Muy bien, señorita… Señora Mamen, me ha convencido. Me lo llevo, es usted muy amable.
  Muchas gracias y suerte con el lambrusco.
La agradable conversación le había servido para calmar un poco sus nervios. Se montó en el coche para recorrer los escasos metros que le faltaban para el hotel. Metió el coche en el parking y subió a la cafetería en el ascensor. Se colocó el nudo de la corbata, el cuello de la camisa y se atusó el flequillo. Quería dar una buena impresión. Entró en la cafetería, en una mesa al fondo vio a una chica sentada con un periódico en las manos que le tapaba la cara. Se acercó a ella. Ana retiró el periódico y se levantó de la silla. Era una chica de unos treinta y cinco años. Alta, morena, pelo ondulado, tez pálida, de cuerpo atlético. Llevaba una minifalda negra espectacular y un escote en su blusa de seda color salmón que dejaba al descubierto el canalillo de sus pechos.
  ¿Ana? —  Estaba realmente asombrado ante la belleza de la chica. Se había quedado sin palabras.
   Hola Carlos, Si, soy Ana. Estás muy elegante. —  Se  acercó a él y le dio un beso en la mejilla. Carlos estaba completamente ruborizado.
   Tú eres… Estás espectacular. Pero sentémonos, te traigo un regalito. —  Levantó la mano para llamar al camarero que al momento se encontraba su lado. —  ¿Te apetece comer algo, Ana? ¿Un surtido ibérico?
   Mejor una copa, aún es temprano. Un vodka caramelo, por favor.
   Otro para mí, gracias. —  Le dijo al camarero, que se marchó a por las bebidas. — Ana, toma, te traigo esto, espero que te guste. Me han dicho que es muy…sensual.
  No tenías que haberte molestado, de verdad. Vamos a ver qué es eso tan sensual. —  Dijo Ana entre risas. — ¡Oh, lambrusco, me encanta este vino! Lo guardaremos para la cena.
Estaban solos en la amplia cafetería, y ella decidió que era el mejor momento para hablar de lo que le había llevado hasta allí, el código, aunque en su interior sentía un extraña sensación de atracción hacia el que debía ser su víctima. Era guapo, elegante, atento y compartía bastantes aficiones con él. Notaba su corazón más acelerado de lo normal. Siempre había sido fría y calculadora. Se dedicaba a acatar órdenes, y ahora no estaba segura de poder cumplir. Decidió ir directamente al grano.
     Carlos, ahora que estamos aquí solos, creo que es el mejor momento para hablar de… ya sabes —  Echó una ojeada a su alrededor antes de continuar con sus palabras.-- El código, ¿Has averiguado algo nuevo? Puedes confiar en mí.
 Eeh, nada, nada. He decidido abandonarlo, destruir todo el material que he ido recopilando, no sirve de nada. No existe ningún código ni nada que se le parezca, es una leyenda. Voy a intentar empezar nuevos proyectos. De eso quería hablarte, darte las gracias por lo que me has ayudado, pero lo abandono.
   Pero no puedes dejarlo ahora, estábamos… Estabas muy cerca. Demasiado cerca para abandonar ahora.
  Mira Ana, no quiero hablar más de este tema. Se acabó, la búsqueda ha terminado. Ahora tengo otras cosas en la mente, entre ellas, tu. —  Le dijo mirándola fijamente a los ojos.
     ¿Qué quieres decir con que la búsqueda ha terminado? Tienes que… —  En aquel momento, asimiló las últimas palabras dichas por Carlos, “Entre ellas, tu”.

5 comentarios:

Caaj.- dijo...

Guau, vaya tela...como le das a la imaginación, me has dejado con la intriga entre tanto misterio... y Ana, me suena no se de que...y que encantadora la dependienta del surtidor, en fin fantastico Miguel...esto me imagino que continuara, no nos puede dejar con la miel en la boca...ajajjajja

Espero la continuación...un abrazo.-

Ana Iseo dijo...

Me encantan todos los detalles que estás poniendo para hacerla tan personal, seguimos a la espera...

Daniel Rubio dijo...

Ese Daniel Rubio me da a mí que es un galán de poca monta, pero al menos es listo. Me mola cómo avanza esto tío, un abrazo.

May Baeza dijo...

Genial,de verdad,con ganas de la proxima entrega :))que familiares me resultan los personajes,jeje!

mientrasleo dijo...

Le vas dando un toque eh?
Me gusta, colega